Arde el mar

Vive l'amour (1)

Siempre he pensado que Werther, la poesía de Bécquer y otras obras con este carácter romántico y este color pastel que obligan a retirar la vista del lomo de sus libros, eran una broma soberana y absoluta. Que el romanticismo más light no era más que un modo delicado de vomitar sobre la tradición de la poesía trobadoresca que empezó en Occitania(?) y alcanzó su culminación en Petrarca, en Garcilaso. Así como Cervantes orino encima de las novelas de cavallerías porque su espíritu era caduco, estos románticos, tratando de cantar al amor mismo, mearon fuera de tiesto y acertaron en la cabeza de Dante en el momento en el que se le ocurrió poner a su Beatrice en el lugar de Dios -es decir: Beatrice, la Belleza, es la Señora de todas las cosas-.

La vulgarización radical del amor perpetrada por unos seres que habrían hecho un favor a la historia literaria si no hubieran nacido -sí, Goethe también- unida a la decadencia de los valores, a la pérdida de sentido de las grandes palabras, han vaciado de sentido la palabra amor. Del mismo modo en que la palabra amor ha perdido su sentido a lo largo de su viaje a través de los siglos, así han perdido también su sentido original todas las grandes palabras. Parece como si la conclusión de Descartes en sus meditaciones -ese "hay mundo, no hay más que cuerpos"- hubiera iniciado una reacción en cadena que dinamitó ese más allá que ahora ya no ha lugar entre nosotros. El más allá ahora es nuestro subconsciente. Es como si la alteridad del mundo, que antes se atribuía al mundo de los muertos, ahora, puesto que ya no tiene espacio en un mundo que sólo consideramos habitado por cuerpos, hubiera penetrado nuestra mente y ahora los fantasmas estuvieran en el inconsciente. Será por eso que ahora hay tanto ruido y tenemos que mantenernos juntos: tenemos miedo de nosotros mismos, tenemos miedo de ese silencio que habita en nosotros, ese silencio que no podemos mirar de frente que no es más que un abismo, ese otro que habita en nosotros, ese otro que nos piensa.

Tal vez las dictaduras de principios de siglo no fueron otra cosa que un último intento desesperado por devolver el sentido a las grandes palabras -nación, honor, sacrificio, família, comunidad, patria, lealtad- que ya no significan nada. La victoria de américa significó la victoria del nihilismo -un nihilismo que había alcanzado su máxima expresion en esos felices veinte en los que todo lo que ocurrió, en realidad, fue una especie de crecimiento acelerado del monstruo del fascismo-. Ahora estamos en el final del camino iniciado en los cincuenta: la ciudad es una máscara, nosotros somos una máscara y escondemos nuestra propia mierda de nosotros mismos y salimos a la calle a pasearnos con la cabeza bien alta porque lo que tememos es que alguien vea en el fondo de nuestros ojos y nos juzgue.

En esta situación, ¿hay algún modo de distinguir el encoñamiento gilipollas de Werther del amor heróico que sentían los poetas por su Señora?

(to be continued, uh, uh, uh...)

2 comentarios:

  1. Quiero ver la continuación.
    A ver a dónde llegas con esto.

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  2. Estoy bloqueada. No sé qué escribir y a la vez sí, pero no sé cómo porque no me sale (ya sabes, épocas de sequía). En conclusión: estoy de acuerdo en todo contigo.

    P.D: También me ha gustado la continuación. Quizás en otro momento pueda decirte algo para darte el coñazo con este tema, pero ahora da gracias que no es así.

    Espero que estés bien, M.

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